domingo, 11 de mayo de 2008

POR QUÉ NO SOY NACIONALISTA

Ser antinacionalista significa algo más que criticar los planteamientos de los partidos que se definen como tales, pretendiendo mayores beneficios para sus territorios, mayores cotas de autogobierno o, en último caso, persiguiendo la idea de la independencia, entendida como la generación de un nuevo estado, libre o no, asociado, o no, a aquel del que forma parte.

No se puede atacar al nacionalismo catalán o vasco desde el nacionalismo español, centralista y uniformador de ideas y sentimientos. UPyD debería hacer todo el esfuerzo posible en dejar clara su posición al respecto del nacionalismo, de todo nacionalismo, por principio.

Ser antinacionalista es entender que los pueblos no son sujetos de derecho, ni mucho menos los territorios, es entender que los seres humanos que viven en la mayor parte del trozo de Eurasia que hemos dado en llamar península ibérica, (en adelante les llamaremos españoles), son los únicos sujetos de derecho, uno a uno.

¿Si la agrupación de todos los rubios, todas las mujeres, los aficionados a la petanca, los que miden más de 1,80, o los mileuristas no da lugar a un colectivo, partido político u asociación civil que exija derechos especiales y autogestión para la defensa de sus intereses y sus hechos diferenciales, por qué lo genera la agrupación de los individuos que viven en una determinada zona del territorio? ¿De qué naturaleza son los fundamentos de esas identidades colectivas, esos sentimientos nacionales, organizados de una forma más o menos racional y conducidos por los profesionales de la manipulación de masas a expresiones de índole político?

Evidentemente hay patentes diferencias entre los seres humanos que viven en los valles que existen entre el mar y el sector oriental de la cordillera cantábrica (creo que se denominan vascos), y los seres humanos que viven la depresión prelitoral murciana, ese amplio valle de orientación suroeste - noreste, entre el Mediterráneo y las estribaciones orientales de las Cordilleras Béticas (creo que los llaman murcianos). Su historia, sus costumbres, son claramente distintas. Incluso sus apellidos, su lengua, la forma en que se divierten, la gastronomía, es diferente.

La cuestión es si estas diferencias culturales para manifestarse, para pervivir y reafirmarse han de tener un reflejo en la política. Y si de hecho lo tienen, ¿esas expresiones políticas de las diferencias culturales se producen de forma natural, inevitable, o forman parte de un propósito orquestado por voluntades que de forma activa trabajan para alimentarla?. Y si se producen por que existen voluntades que de forma activa trabajan para alimentarla, ¿lo hacen animadas por fines nobles y puros en defensa del sentimiento colectivo y el interés general o lo hacen como forma de justificar su propia existencia, de reinventarse cada día, cada legislatura y seguir formando parte del sistema?

Y en estas estamos.

Cuando escandinavos, neerlandeses, bretones, transalpinos, helenos, germanos, galos y celtíberos hemos por fin entendido que la ampliación del marco político sólo nos puede traer ventajas, cuando deberíamos estar trabajando todos en la posibilidad, por fin cierta, con muchos siglos de retraso y millones de muertos en el camino, de diluir la identidad nacional española, francesa o alemana en una realidad política superior llamada Europa, todavía existen individuos poniendo todo su empeño en la generación de nuevas identidades nacionales de índole político, apoyadas en la base de viejas, firmes e incuestionables identidades culturales.

Porque nadie en su sano juicio puede atacar o ningunear la identidad cultural de los pueblos, esa identidad que no hay que crear ni defender porque es natural, sólida, porque resiste el devenir de los tiempos, dictaduras incluidas. Nadie puede evitar que el 24 de diciembre haya familias en Cataluña que caguen el 'tió' leyendo versos de Josep Carner en catalán y otras en Andalucía canten villancicos flamencos zambomba en mano. No es posible evitar que a los niños que se les caen los dientes en un lugar se los cambien por regalos los angelets y en otros lugares sea el ratoncito Pérez el que desarrolle tan importante labor. Esa identidad sobria, auténtica, real no corre peligro, no necesita patriotas que la defiendan. Esa cultura, sin leyes que la promuevan, se extiende sustentada en la firmeza de lo auténtico. Este andaluz de Cádiz, con catorce años, sin haber pisado Cataluña, y sin ninguna relación familiar con ella, cantaba el Plany al Mar de Serrat o la Tieta sin entenderlos plenamente, quería aprender catalán para captar los matices. Este andaluz se alegraba de las victorias del Barça y las sentía como propias. Ahora que están catalanizando el club, ahora que ya sabe que Cataluña es esa nación entre Francia y España y que el Ebro es un río catalán que nace en el extranjero, está sorprendido de la capacidad que tienen los políticos de generar sentimientos, los que pretenden y los contrarios.

Si alguien interpreta el planteamiento antinacionalista de UPyD como un españolismo reaccionario es que no ha entendido nada. Cuando Rosa Díez dice que defiende la bandera española como un símbolo de orden constitucional y no un valor sentimental, dice lo que dice, que en esta zona de Europa, en tanto en cuanto no seamos capaces de seguir avanzando en la conformación del estado europeo, el más amplio marco de libertad nos lo otorga la constitución española, y sólo por eso la tenemos que defender. Pero no perdamos el norte, la Constitución española no es un fin, no es más que un medio que sirve para garantizar derechos y libertades civiles, a cuarenta y tantos millones de seres humanos, y en UPyD somos muchos los que trabajamos para que un día podamos prescindir de ella, para que llegue el día en que el marco político más amplio, aquel que nos permita desarrollarnos más y mejor como personas libres e iguales, para convivir y trabajar en las mejores condiciones, aquel que sea el garante de nuestras libertades y derechos sea Europa y no España. La idea de España, parafraseando a Savater, a muchos nos la trae al pairo. Si a todos los convergentes, peneuvistas, abertzales y ezquerrorepublicanos les importara sus respectivos objetos de inspiración política, lo mismo a que a otros nos importa España, no tendríamos nada por lo que discutir. Por eso acusarnos de españolistas resulta ridículo y cuanto menos injusto. Y tampoco deberíamos quedarnos ahí, la abortada Constitución Europea, no es más que un paso intermedio, otra parada y fonda en el largo camino que nos ha de llevar como Humanidad a una organización política avanzada, en el que el único código ético que los seres humanos hemos sido capaces de generar, que no de aplicar, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, sustente un marco legal internacional real de relaciones y normas jurídicas para todos.


En esta línea de pensamiento, ¿cómo podemos entender a los Laportas, Roviras, Ibarretxes, Quintanas, Ynestrillas o Díaz de Mera? Son la misma cosa. Son esos a los que se les eriza el pelo, a los que le corre cosquilleo de emoción por la columna vertebral cuando oyen las notas de un himno o ven ondear una bandera. Son esos capaces de interpretar la historia a su conveniencia, hacer lo imposible porque los niños, de los ámbitos territoriales donde ejercen su poder, o les gustaría ejercerlo, sean adoctrinados en el sentimiento nacional que a ellos les anima. Son esos que del idioma, la más compleja y bella expresión de una identidad cultural, pretenden hacer una herramienta de identidad política. Hay que ser ruin y mezquino para tirar de sentimientos para ganar elecciones, pero sobre todo es una muestra de escasez de ideas. Cuando se carece de argumentos racionales, nada mejor que potenciar los sentimientos nacionales.

Evidentemente nos los entendemos. En UPyD somos muchos los que ya hemos superado ese sentimiento. Nos erizan el pelo otras cosas, la justicia, la libertad, la razón, la ilustración, el humanismo, la cultura, el medio ambiente. Ese sentimiento colectivo que nos reafirma como miembros del mundo civilizado, el mundo que se encuentra en internet, el mundo que ha abolido la pena de muerte, el mundo que entiende que derechos como la educación o la sanidad deben ser garantizados por la Sociedad, y no pueden quedar al albur de la suerte, la capacidad de trabajo o la inteligencia de los padres, el mundo que sabe que el esfuerzo individual por la superación y el bienestar propio es el único motor de la economía, el mundo que sabe que ni el liberalismo salvaje ni el socialismo intervencionista, son soluciones por sí mismos a los problemas que plantea el desarrollo humano, el mundo que sabe que la fe es algo privado que merece todo el respeto y se debe vivir en el seno de las familias o la comunidad, pero que nunca ha de contagiar al Estado, al que sólo la racionalidad debe animar en su acción de gobierno.


Muchos sabemos que la política noble es aquella que tiene a las personas, a los ciudadanos como única preocupación; entendemos que no podemos hacer del territorio un hecho político; entendemos que el nacionalismo, ningún nacionalismo, es política, puede ser politiqueo, mercadeo de recursos públicos, pero política con mayúsculas no; entendemos que debemos combatir la idea de que los ciudadanos que viven en los territorios cuyo conjunto de habitantes más pagan, más tienen que recibir. Ni los territorios ni los pueblos pagan a Hacienda, lo hacen los individuos, las personas físicas y jurídicas, una a una. Las mismas razones que esgrime Cataluña para cambiar el modelo de financiación, pueden tener un día los barceloneses para reclamar ante la Generalitat un trato mejor que los del Maresme, que seguro aportan menos al arca común. Y después será la Asociación de Vecinos de Pedralbes ante el ayuntamiento, reclamando recibir mejor trato que los del Raval, que pagan menos. Y seguro que en Pedralbes hay "hechos diferenciales" bestiales con respecto al Raval.

Y lo que decimos en España ante la actitud de los nacionalistas internos, lo debemos decir en Europa ante los nacionalistas con Estado. La Europa del mercadeo comercial, la de los euroescépticos, no es la Europa que queremos muchas de las personas de UPyD. Creemos que trabajar por una Europa fuerte y sólida, en torno a valores y principios humanistas, es bueno para la Tierra. Es bueno dar ejemplo de civilización a los que se creen paladines de la libertad y siguen asesinando a los presos, a los que no respetan los derechos humanos en una base militar de una isla caribeña, y a los que no los han respetado nunca aunque crezcan al 7% y celebren olimpiadas, a los que gobiernan con el Corán, la Biblia o la Torah, en vez de con los Derechos Humanos, como referencia, y también, sin duda, muy bueno para esos bípedos que viven a sur de los Pirineos (perdón, creo que ya dije que iba a denominarlos españoles).

ACERCA DE LA LEALTAD

El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define la “lealtad” como el “Cumplimiento de lo que exigen las leyes de la fidelidad y las del honor y hombría de bien”. La fidelidad a las personas o a las organizaciones es sin duda un atributo positivo, pero sólo lo es hasta el punto en que su cumplimiento no requiera sobrepasar ciertos límites.

Cuando Zapatero en la réplica a Rosa Díez en el pasado debate de investidura hizo referencia a la supuesta deslealtad de ésta hacia el partido que la vio nacer políticamente, obvió lo obvio. Claro que Rosa le ha sido desleal al PSOE, necesariamente había de ser así si quería seguir siendo leal a sí misma, si quería seguir siendo fiel a los principios y valores que hace muchos años la llevaron a esa organización. Rosa Díez no ha cambiado, dice lo mismo ahora que hace años, dice lo mismo en Madrid, que en Pamplona, ha sido el PSOE el que lo ha hecho, y muchos de sus antiguos compañeros los desleales, y no me refiero a los que disienten con ella en el fondo y en la forma, sino a los que piensan exactamente como ella, todos los que le mostraron en privado su apoyo, pero que son incapaces de retratarse y dar un paso al frente.

Este hecho nos debería llevar a realizar una reflexión. ¿Cuánto poder tiene una organización política sobre sus miembros, que es capaz de anular sus voluntades, de pervertir sus principios? ¿Cuántas razones habrán debido de buscar todos ellos en largas noches de insomnio para calmar sus conciencias? "Tiene razón pero se equivoca en la forma, ya llegarán tiempos mejores para cambiar la nefasta política de Zapatero sin debilitar a la organización"; "tiene mucho valor al dar el paso, pero sólo va a conseguir beneficiar a la derecha, y todo lo bueno que pueda conseguir, no merece la pena si la derecha gana"; "¿de qué sirve tener razón si el partido sale perdiendo?", "yo me iría con ella, posiblemente lo haré en el futuro, pero vamos a esperar a ver como se desarrollan las cosas, que si piso en falso, luego volver va a ser imposible"; "tiene mucho valor lo que ha hecho, pero yo ya me he ganado una posición en la política local, que me ha costado mucho, mi familia no tiene por que pagar el mantenimiento de mis principios, lo primero es lo primero"… Supongo que ésta y otras muchas ideas habrán pasado y seguirán pasando por la cabeza de muchos.

Pues efectivamente la organización tiene poder, el más importante quizá el poder de las sectas, el que acude a los sentimientos, a la emoción y no a la razón para desplegarse, el que transforma a los afiliados y militantes libres y reflexivos en fieles adeptos, en cofrades, en romeros, en forofos, el que acaba consiguiendo que sus miembros sientan a su partido como parte esencial de su experiencia vital, se es del PP o del PSOE como se es del Barça o del Madrid, del Oviedo o el Sporting, se cree en él como se cree en la virgen, y eso es para siempre, y está por encima de todo. Si los que mandan en el partido hacen algo que va contra sus ideales y principios, buscan la excusa para disculparlo, la del mal menor (por malo que sea siempre seria peor que ganaran los otros, ya pasará la racha, esta organización lleva un siglo viva, y lo seguirá estando cuando esto pase), la del bienpensado (quizá yo no tenga toda la información , dejemos mandar a los que mandan, que quizá yo no sepa lo que se cuece de verdad), la del disciplinado (yo no soy nadie para cuestionar las decisiones de la ejecutiva, ellos tienen la responsabilidad de acertar y equivocarse), la del que se autoengaña (yo estoy siendo muy crítico, tanto como ella, pero en la cocina, los trapos sucios se lavan en casa, ¡cómo se le ocurre hacer daño a nuestro partido!…), y, entre otras, la del de la tradición y honor familiar, (yo me iría, pero qué pensaría mi padre, o sea la de los Redondos y Gallardones). De este poder sin duda alguna hace mucha mayor gala el PSOE que el PP, y es que la historia de cada uno y las redes sociales tejidas por uno y otro a lo largo de los años son muy distintas.

En un segundo nivel, que afecta por igual al PSOE como al PP, está el poder material, el alimenticio diría yo, y es que hay mucha gente a la que dar de comer, y a todos nos han enseñado que con las cosas de comer no se juega. Hay que estar loco para poner en riesgo el cargo, la influencia conseguida tras largos años de compadreos en los pasillos, lealtades personales demostradas, los sapos tragados… La familia es lo primero, y los hijos no tienen porqué pagar el mantenimiento de los principios de los padres, y los treinta y tantos amigos y familiares que he colocado donde he podido tampoco, además, con lo bien que dan de comer los contratistas, lo bueno que está ese vino de setenta euros, lo cómodo que es el coche nuevo, y lo bien que me defiendo de la prensa, que me comen en la mano, con lo que me ha costado, ¿ahora lo voy a tirar todo por la borda por los principios, por el interés general?, ¡anda y que le den por saco al interés general!. En fin, que como ha dicho Rosa en muchas ocasiones, el que no ha hecho nada en la vida antes de la política y es cooptado por ésta, tiene muy difícil irse, y es capaz de matar a su madre por quedarse, y si hay que decir que donde dije diego digo digo, se dice y punto, que no será el primero que lo hace, y nadie los va a tildar de indignos.

El resultado de todo esto es simple: el sistema democrático que nos hemos dado, es imperfecto, es muy imperfecto, el interés general, la ideología, el sentido común, lo bueno para los ciudadanos, queda supeditado a lo que convenga al partido. El partido es lo primero, lo segundo y lo tercero, porque así lo sienten nuestros políticos y porque lo necesitan.

Pero la lealtad es otra cosa, lealtad a uno mismo, a lo que uno siempre ha defendido, a los derechos fundamentales, a los principios y valores morales, de esos leales hay pocos, y Rosa Díez, señor Rodríguez, ha demostrado serlo más que nadie. Estoy convencido de que, a diferencia de otros, duerme muy tranquila, sin ningún cargo de conciencia. (¿que eso que es?, otro día lo explicamos) .