jueves, 15 de julio de 2010

CARTA ABIERTA A CLARO SÁNCHEZ ALTARRIBA, PRESO DE CONCIENCIA CUBANO

Querido amigo Claro:

Ni me conoces, ni te conozco, pero te siento cerca y me permito tratarte como a un amigo.

Considera estas líneas una confesión, laica pero una confesión al fin y al cabo. Y no es que tenga un sentimiento de culpa, ni la mala conciencia del pecador redimido. Quizá sea más bien el reconocimiento postrero de una enseñanza vital, de un crecimiento personal.

Confieso que hace apenas 15 años, en el fervor veinteañero, el abajo firmante defendía con denuedo y vehemencia al régimen cubano. Esgrimía en tertulias y debates con amigos y compañeros de Facultad todas las razones que justificaran su existencia y su bondad. Argumentos me sobraban: el índice de desarrollo humano de la ONU siempre ha dado a Cuba una nada desdeñable posición, su educación, su sanidad, su esperanza de vida, con niveles objetivos muy por encima de su entorno, el bloqueo comercial norteamericano…, entre otras muchas razones me animaban a pensar que las dificultades económicas de Cuba eran un precio más que razonable por conseguir una sociedad justa y solidaria, y que a fin de cuentas, considerando la situación del resto de Centroamérica, si en Europa teníamos que preocuparnos por algo, no sería precisamente por Cuba y su gente.

Confieso que aún tengo entre mis canciones preferidas esa que cantaba Victor Jara que decía “si yo a Cuba, le cantara, le cantara una canción, tendría que ser un son, un son revolucionario…”

Quizá sea eso que dicen de que el que con dieciocho años no ha sido comunista es que no tiene corazón, y el que a los cuarenta lo sigue siendo, no tiene cerebro…. Yo creo que más bien se trata de la estúpida manía que tengo de pensar libremente, de no ser esclavo de mis propias convicciones, de analizar y razonar por defecto todas y cada una de las realidades o pararrealidades con que la vida nos enfrenta. Quizá se trate simplemente de que en aquella época me encontraba inspirado por el principio de Maquiavelo de que el fin justifica los medios: por la alimentación, la sanidad y la educación, bien se podía pagar el precio de la libertad. No lo sé, pero lo cierto es que me siento muy orgulloso de haber tenido esas convicciones, esas seguridades, esas inquietudes, cuando las tuve que tener.

Confieso que siempre me decía: “ojalá tenga la oportunidad de conocer Cuba antes de que en La Habana abran el primer Mc Donalds”. Y efectivamente tuve la oportunidad de visitar Cuba allá por el 2003. Decidí ser un viajero además de un turista, y crucé media Isla con un coche alquilado (viajero pero demasiado comodón como para probar el transporte público cubano). Entonces tuve la enorme fortuna de conocer a un pueblo ejemplar, culto y entrañable (disculpa el lapsus, me he autoimpuesto no concederle a los pueblos entidad de sujeto -si vivieras en España me entenderías-, me refiero al conjunto de seres humanos, de personas, de ciudadanos que habitan la Isla de Cuba y comparten una cultura y un pasado común), conocí el sentido real de la palabra solidaridad, base sobre la que se sustenta el sistema de transporte de viajeros en Cuba, no fueron menos de 40 personas las que pude recoger en distintos cruces de caminos en mi auto de turista rico, con aire acondicionado y depósito lleno, para ayudarlos a avanzar algunas decenas de kilómetros en su lento peregrinar, todos ellos me enseñaron algo, hablé con los dueños de los paladares en los que me alojé, admiré la dignidad con la que la Cuba rural afronta las necesidades, con esa mezcla de ingenio, trabajo y resignación, admiré los grupos de niños y niñas que uniformados iban a la escuela en cada aldea, en cada pueblo, disfruté de la fiesta sanjuanera en Trinidad, y por un momento dejé de sentirme un turista cuando conseguí que me vendieran cerveza a granel a precio de cubano, no de turista español, desde un camión de feriante con un remolque de hojalata, poniéndome en la fila como el resto de la gente, con mi más humilde camiseta y sin abrir la boca para no despertar sospecha…

Un trozo de mí se quedó en Cuba, y un trozo de Cuba me traje conmigo para siempre, y ahora puedo decir reflexiva y racionalmente, sin apasionamiento ni vehemencia febril, que el fin jamás justifica los medios, que la educación sin libertad no es más que adoctrinamiento, que la salud sin libertad no es más que control sanitario, que el trabajo sin libertad es sólo esclavitud, que la justicia sin libertad es injusta, que la vida sin libertad es triste, sombría, que hasta la comida, la gastronomía sin libertad, no es más que nutrición, y discúlpame, Claro, por esta frívola alusión a la gastronomía, pero no puedo dejar de pensar en los trasnochados defensores que el régimen castrista tiene entre ciertos cómicos, sindicalistas e intelectuales de izquierdas españoles, esos que aprovechan cualquier ocasión para defender a los Castro y te consideran un delincuente y que lo hacen sin renunciar a sus cenas en restaurantes españoles en los que se dejan en una sentada una cantidad con la que en Cuba viviría una familia durante dos meses, esos que no tienen que comer a diario arroz o frijoles, y no consideran en el pollo o el cerdo, un manjar para ocasiones especiales.

Cuba necesita la libertad como al aire para respirar, tenéis derecho a decidir, incluso a equivocaros con vuestras elecciones (en España sabemos mucho de eso), tenéis que andar ese camino, y sólo lo podéis hacer vosotros. Tengo el convencimiento absoluto de que lo haréis pacífica y serenamente, y es que aunque con el objetivo de adoctrinar, el sistema educativo del régimen cubano, inevitablemente y sin pretenderlo ha propiciado la introducción en su gente de la semilla de la cultura, el pensamiento, la razón. Si una sociedad es capaz de reflexionar, debatir, acordar, encontrar consensos, esa será una sociedad culta como la cubana, no me cabe la menor duda.

Hoy, querido Claro, tengo que animarte a ti y al resto de tus compañeros presos a que nos desfallezcáis, a que sigáis soportando ese personal sacrificio en defensa de la libertad de los cubanos. Estar preso por opinar diferente, disentir, creer en la democracia... Posiblemente no haya empresa humana que merezca más la pena. Sois un ejemplo a seguir, y no dudes que la recompensa llegará más pronto que tarde. Estás preso por lo que piensas y lo que dices, por defender pacíficamente un cambio de gobierno en tu país, algo por lo que en las sociedades democráticas y libres nadie tiene que preocuparse.

Y además os tenéis que sentir orgullosos cada día de no haber caído en la tentación de recurrir a la violencia para defender la justicia, de no olvidar que vosotros “no sois guajiros, vuestra sierra es la elección”. A ella llegaréis gracias al generoso sacrificio de hombres como tú.

Un fuerte abrazo,