lunes, 30 de mayo de 2011

SUCEDIÓ EN EL AVE ó ALGO ESTÁ PASANDO

(Relato verídico)
Sábado 28 de mayo, 21:00 horas, AVE Madrid Sevilla, coche 7.

En el mismo momento que la final de la Champion comenzaba, tres miembros del Consejo Político UPyD viajábamos a Sevilla tras la reunión de este órgano durante la tarde. Como nuestros respectivos asientos estaban distantes y el vagón no parecía que fuera a llenarse decidimos sentarnos juntos, a riesgo de que sus legítimos ocupantes nos reclamaran levantarnos.

Habíamos empezado a hablar sobre nuestro parecer en relación con los excelentes resultados electorales de UPyD y lo satisfactoria que había sido la reunión del Consejo, cuando apareció un hombre joven, pantalón corto, maletín y portátil y la intención de sentarse en su asiento. Al vernos nos dijo que no nos preocupáramos, que nos quedáramos donde estábamos, y se sentó justo al lado, al otro lado del pasillo. No sé si fueron las carpetas de UPyD sobre la mesilla, o el desparpajo de mi compañera al decirle que estábamos conspirando, pero lo cierto es que en escasos minutos nos vimos envueltos en una apasionante conversación. Nuestro compañero de viaje venía de una reunión de representantes de los colectivos participantes en el movimiento 15M y Democracia Real Ya de toda España. Resultó ser un abogado sevillano, impulsor de la iniciativa Democracia 4.0. Básicamente consiste en un proyecto gestado durante los últimos dos años, que pretende que se introduzcan los cambios legislativos necesarios para que, aprovechando las nuevas tecnologías, el desarrollo de la firma digital, la normativa de protección de datos personales y seguridad electrónica, el precedente generado en el parlamento valenciano que permitió a una diputada de baja por maternidad votar desde su casa en un pleno, y sobre la base de artículo 23 de la Constitución que reconoce el derecho de los ciudadanos a participar directa o indirectamente en los asuntos públicos, el ciudadano que así lo quiera pueda participar mediante su voto, en la parte que valga (1/35.000.000), directamente en las votaciones del Congreso, restando la parte proporcional al voto de los 350 representantes elegidos.

Nos explicaba que su propuesta la estaba estudiando la Comisión Constitucional del Congreso, y que en absoluto pretende la sustitución del sistema representativo ni de los partidos políticos, sino solo complementarlo y mejorarlo con un sistema de voto directo de los ciudadanos que así lo decidan, cuando una chica rubia que estaba cinco asientos más lejos se nos acercó a preguntarnos si podía intervenir y se sentó a su lado. Ella también venía de las asambleas de Democracia Real Ya, y explicó que era una prolífica ciberactivista del movimiento desde su muro de facebook. Ambos coincidieron en la decepción con la que volvían de las asambleas, por el infructuoso intento de organización del movimiento social, la heterogeneidad de planteamientos y lo perdido que andaban la mayor parte de los chavales indignados y acampados, y ambos coincidían en que tenían el firme convencimiento de que trabajando en horizontal, desde la red, como hasta ahora, cada uno en su ámbito iban a lograr resultados muchos más espectaculares que los vividos hasta la fecha.

Tras no más de media hora de conversación, una mujer que estaba tres asientos más atrás nos pidió permiso para acercarse y se interesó por conocer los detalles de lo que allí se hablaba, nos comentó que su marido había tenido que cerrar su empresa por impagos y que algo había que hacer porque consideraba que la situación es insostenible, se mostró muy interesada en entender las propuestas de Democracia 4.0, de Democracia Real Ya y de UPyD.

Un señor que estaba en el extremo también empezó a apuntillar nuestros comentarios y a hacer apreciaciones sobre lo indignada que está la sociedad, y la necesidad de cambios profundos.

Sin darnos apenas cuenta, medio vagón de AVE, estaba hablando apasionada y educadamente de política, intercambiando pareceres en un clima de total normalidad. Una mujer joven que había conseguido dormir a su hija nos pidió que bajáramos el volumen; un turista japonés que estaba sentado tras nosotros, parecía no entender nada, pero ponía mucha atención a todo, apenas pestañeaba.

No es importante que estuviéramos más o menos de acuerdo, que unos defendiéramos la necesidad de un partido como UPyD que ha nacido para regenerar la democracia, que otros fueran partidarios de la movilización a través de la redes sociales, otros de modificar el sistema electoral impulsando la participación directa, u otros estuvieran más preocupados por la economía familiar…, lo importante es que mientras el Barcelona daba un baño de buen fútbol al Manchester, doce ciudadanos que no se conocían de nada estaban hablando de política, de política con mayúsculas, no de politiqueo, de partidos, candidatos y esas otras cosas que los medios de comunicación consideran de tanto interés.

Algo está pasando, y acabarán enterándose los que ahora hacen oídos sordos…

domingo, 29 de mayo de 2011

Progresismo real

Hace unos días una amiga me preguntó si UPyD era de izquierdas o de derechas. Empecé a esbozar mis manidos argumentos sobre la transversalidad y lo trasnochado de estos conceptos, cuando me cortó y me inquirió, “no, si ese rollo ya me lo sé, te pregunto si la gente de UPyD, con los que tú te tratas, son de derechas o de izquierdas”. La verdad es que la pregunta tiene su cosa, en el fondo lo que quería saber es si en UPyD hay más fachillas o rojillos, más rancios o progres, más pijos o hippies, más exvotantes del PP o del PSOE, porque desgraciadamente bajo estas absurdas etiquetas con las que la sociedad encasilla sociológicamente al personal, se encuentran las claves de muchas de las cosas que pasan en nuestra política, especialmente cuando hay elecciones.

Lo cierto es que el planteamiento me ha invitado a reflexionar sobre conceptos como conservadurismo y progresismo, no desde su perspectiva política, sino psicológica. Para ello lo mejor es tirar de la etimología de los términos: es de sentido común considerar al conservador como aquel más preocupado por conservar, por mantener un estado de cosas que considera aceptable que por mejorarlo, y progresista aquel más preocupado por cambiar las cosas para pasar a una situación mejor, por avanzar. Como entiendo que el egoísmo, la generosidad o el sentimiento colectivo no es patrimonio de uno u otro perfil psicológico, admitiré que tanto entre los primeros como entre los segundos hay personas que esa preocupación la trasladan al conjunto de la sociedad, mientras otras la conciben desde una perspectiva únicamente individual.

Desde luego, me niego a considerar que la maldad o la bondad tienen algo que ver con esto. Hay quien no duda en afirmar que la bondad y la maldad humanas, aunque puedan encontrarse casi en cualquier parte, no se reparten por igual entre ambos grupos. Tengo la certeza de que no es así, de que nada tienen que ver.

Lo que sí influye de forma evidente es la edad. Ya sabemos que hay excepciones que confirman la regla, pero evidentemente es más difícil encontrar un conservador con 22 años que con 70 y viceversa. La propia necesidad de autoafirmación, de crecimiento personal, el propio ciclo de la vida humana dificulta ser conservador con 22 años, aunque haberlos hay los.

¿Y la clase social, el estatus económico, tienen algo que ver? Pienso que muy poco. En ciertos momentos puede ser un acicate, un catalizador de la rebeldía, pero nada más que eso. La resignación y el conformismo, la aceptación de las circunstancias, la adaptación al “esto es lo que hay”, la desidia intelectual del inmovilista no es cosa de ricos ni de pobres. De hecho el mismo conservadurismo alienta al paisano andaluz rural, votante del PSOE, que no se pierde su diario rito de “misa” laica de las siete, con partida de cartas, cerveza y tapa en la casa del pueblo, y que teme perder su estatus, sus ayudas familiares, la beca de sus hijos, su subsidio agrario, los “derechos conquistados tras décadas de injusticia social”, que a ese notario de capital, sexagenario, votante del PP, que teme que cambien las cosas de tal manera que pueda peligrar su capacidad adquisitiva, la que le permite mantener su estatus, su automóvil de 60.000 €, su partida de golf de los sábados, su asistenta interna boliviana y la compulsiva necesidad de bolsos y zapatos de marca de su señora. Ya sé que ambos personajes no representan a los votantes del PSOE y del PP, son sólo dos caricaturas, extremas, que sólo he usado para dibujar el conservadurismo sociológico.

Lo cierto es que el mundo rural siempre ha sido conservador y el urbano progresista. Los cambios sociales importantes, las revoluciones, los movimientos culturales se han gestado en las ciudades. Y así sigue siendo, una parte de la ciudadanía que ahora ha votado al PP, sobre todo en las ciudades, lo ha hecho desde un sentido progresista, desde la necesidad de cambiar las cosas que olían mal, esa misma necesidad que en el año 82 aupó al gobierno a Felipe González y el partido socialista, llevado en volandas por una sociedad progresista que necesitaba un “cambio” (acertado eslogan de campaña elegido por el PSOE). El campo sigue aferrado a la seguridad, al miedo al cambio, ese miedo atávico que quizá antaño ante las malas cosechas y la climatología adversa, propiciaba el guardar, el conservar como única salvaguarda.

Pese a ello, lo cierto es que tanto PP como PSOE han demostrado que hoy en día son partidos conservadores, más preocupados por mantener los privilegios asociados al poder (control de la Justicia, de las Cajas de Ahorro, de la Ley Electoral, de la opacidad en la financiación de los partidos, de los mecanismos que han permitido a ambos tejer una red clientelar interna y externa que tan excelente réditos electorales aporta…), que por mejorar la vida de los españoles. Lo cierto es que hasta los nuevos votantes “progresistas” del PP, han sido bastante conservadores en su apuesta: “queremos cambios, pero dentro de un orden”. De hecho un análisis político de lo que significa progresismo o conservadurismo desde una perspectiva política real, al menos en la España actual, no se soporta de ninguna forma. Ningún partido de “derechas” europeo cuestiona el estado del bienestar, los derechos sociales alcanzados, desde un liberalismo salvaje y ninguno de “izquierdas” plantea poner freno al motor privado de la economía mediante un intervencionismo igual de salvaje. Aunque en España ambos partidos practiquen la permanente representación de la diferencia, nos intenten llevar al discurso maniqueo, caricaturizando al oponente y sus ideas de esa forma y con simplismos como el que me he atrevido a hacer antes, lo cierto es que tienen muy claro que en lo importante (para ellos), están de acuerdo y deben seguir estándolo. Lo cierto es que ambos quieren mantener su estatus y una sociedad dócil. Ambos están igual de preocupados por los cambios, por el despertar que pueda surgir del movimiento 15M, y por supuesto igual de preocupados por la existencia de UPyD, tan asustados ante los cambios como el notario y el agricultor subsidiado.

Por lo tanto, y volviendo al principio ¿cómo es la gente de UPyD?, pues evidentemente progresista. Progresistas de verdad, porque somos reflexivos, porque sobretodo somos librepensadores que no necesitamos una etiqueta para reconocernos. De hecho nos sentimos obligados a reconocernos cada día, porque cada día sometemos al tamiz del intelecto nuestras propias convicciones, nos lo replanteamos todo, hemos sustituido nuestras verdades absolutas por análisis crítico de todas las cosas. Por supuesto es más cómodo deambular por la vida sabiendo que eres del Betis, del Madrid o del Barcelona, sin plantearte por qué, sabiendo que eres católico o musulmán sin cuestionarte las razones, sabiendo que te sientes español, andaluz, gallego o vasco, sin pensar en lo que ello significa, y por supuesto creyendo saber que eres progresista, liberal o conservador, y que votas cuando toca religiosamente a unas siglas que con ello identificas, porque votas a los “tuyos”, sin titubeos. Claro que es más cómodo. Pero hay ciudadanos que tenemos la terrible necesidad de pensar y hacerlo sin ataduras ni convencionalismos, que sólo tenemos inmóviles los principios, que seguimos creyendo en el ser humano y en la utopía, esa utopía secuestrada por los funcionarios del negociado de sueños dentro de un orden que cantaba Serrat.

Estos ciudadanos, buena parte de los cuales nos hemos encontrado en UPyD y no de acampada en las plazas, porque nos hemos dado cuenta de la necesidad tres años antes y porque sabemos que para cambiar lo que no funciona en el sistema hay que formar parte del mismo, sólo estamos empezando un camino, asentado las piedras y desbrozando la maleza para que otros lo transiten después. Somos albañiles que ya hemos levantado los cimientos y paredes de un edificio en el que ahora estamos poniendo el techo bajo una molesta lluvia que nos moja. Somos conscientes de que muchos están esperando para entrar cuando el edificio sea confortable. No nos importa en absoluto, porque tenemos claro que lo importante no es el edificio, es el camino y sobre todo la necesidad de andar permanentemente, de avanzar, de progresar. Una vez creado el hábito nada será como antes.

Hemos sustituido las ideologías, que deben quedar sólo para los libros de historia y la wikipedia, por las ideas, ideas que permitan progresar a nuestra sociedad. Los escépticos se acabarán dando cuenta de que hemos creado un instrumento, un instrumento que permita a los ciudadanos recuperar el control de la política y de los políticos.