lunes, 4 de febrero de 2013

SOBRE LA MEDIOCRIDAD

Mi actividad profesional me depara de vez en cuando la oportunidad de conocer a personas excepcionales. Hoy ha sido uno de esos días en los que sales de una reunión agradeciendo de haber conocido a una de ellas y pensando cómo sería España si hubiera muchos más como él.

No voy a dar detalles porque ni tengo su permiso, ni la confianza para pedírselo y sobretodo porque para lo que quiero expresar hoy es secundario. Basta decir que es un empresario que supera los 70 años, que ha pasado más de 40 desarrollando proyectos inverosímiles en medio mundo y que se ha propuesto en esta última etapa de su vida volver a su Cádiz natal a promover un ambicioso modelo de desarrollo empresarial desde una perspectiva holística y sostenible.

Y se está encontrando y se encontrará una pléyade de mediocres que le dirán que está loco, que se preguntarán que qué ha fumado, que le asegurarán que es imposible.

Se encontrará una legión de funcionarios del negociado de sueños dentro de un orden que le mostrarán las dificultades, que le aconsejarán sobre la viabilidad, que le explicarán la maraña administrativa diseñada para desalentar el ingenio y el talento, que le harán saber que si nadie lo ha hecho antes será por algo.

Se tropezará con ancianos de treinta y tantos años, consejeros con pies en el suelo, inversores a valor seguro, políticos oportunistas, arribistas circunstanciales, ciudadanos sensatos, vecinos precavidos…, con empresarios de la subvención y el pelotazo, sindicalistas vigilantes, conseguidores, lobistas, gestores de la nada.

Y sobre todo se enfrentará a la suspicacia, a la envidia, al recelo, porque en esta sociedad de mediocres todo el que se atreve a imaginar algo nuevo es puesto en cuarentena, y si tiene la desfachatez de contarlo se verá apartado, y si osa pretender llevarlo a cabo, desencadenará la reacción de los sensatos conservadores de la miseria.

La mediocridad ni se crea ni se destruye, sólo se trasforma, nos rodea, es el magma en que nadamos como podemos. Es el criterio mediante el que ponemos alcaldes, rectores o gerentes de empresas públicas. Pasa de políticos a ciudadanos, de ciudadanos a políticos, de empleados a empresarios, de empresarios a empleados, de profesores a alumnos, de padres a hijos…

En política pasa lo mismo, la desfachatez de quienes deciden complicarse la vida, intentar regenerar nuestro sistema democrático cuestionando un orden de cosas establecido, desestabilizando el status quo, se encuentra con la misma reacción, con independencia de la necesidad real de reforma que todos podamos reconocer.

Vivir sin lastres, sin miedo, atreverse a ser independiente tiene un coste demasiado alto, pero necesitamos a esos jóvenes de más de sesenta que siguen creyendo que pueden cambiar el mundo, que se han propuesto pasar por la vida haciendo algo más que pacer y quejarse desde el sofá.

No todos podemos ser genios, precursores, promotores de progreso, la mayoría no tenemos ni el valor, ni la iniciativa, ni la constancia necesarias, pero si podemos intentar no molestar a los que la tienen. Habitualmente no necesitan nuestro reconocimiento, ni aplausos, ni medallas, porque tras décadas cayéndose y levantándose tienen la piel dura y el alma a salvo.

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